El silencio
Rubia, blanca pálida, tapada hasta el cuello y con sus ojos cerrados. Su boca dibujaba una leve sonrisa y su cara trasmitía la más serena paz del mundo. Jamás la habíamos visto con tanta paz durmiendo. Lo estaba disfrutando, todos los dolores se habían ido, junto con las preocupaciones, pero esta vez, para siempre. Era un jueves a las 5 de la mañana, el jueves más frio del año de aquel invierno de julio. Era ese frio que te cala los huesos y te deja sin respirar, perdido y desorientado. Emma llegaba a su ciudad natal, se bajó del colectivo luego de un viaje con incertidumbres y al mismo tiempo con muchas certezas que, aunque no haya querido saber, su intuición se lo aseguraban. Dejó el colectivo y buscó la camioneta de su padre a la cual subió en silencio. Los ojos llorosos de él le decían todo, pero no salía palabra de su boca. El viaje a la clínica duró menos de tres minutos, al llegar, a los lejos y desde la vereda, pudo divisar a su hermano, sentado sólo en una de las butacas en