Lo incontenible
—¡¡¡Ayyy, Mabel, no llego!!! ¡¡¡¡No llego!!!! —le gritaba Roberto por teléfono.
—Pero ¿es para tanto Roberto?
—¡¡¡Siií, no llego!!! Teneme el portón abierto y la puerta de la casa también —le rogaba Roberto a Mabel con voz de desesperación total.
—Bueno, Roberto, respirá, respirá conmigo si querés.
—Mabel, no entendés, tus respiraciones te funcionan solo a vos. ¡Hablame, por favor, hablame así pienso en otra cosa porque te juro que no llego!
—Bueno, te cuento que los chicos tienen examen el lun…
Roberto la interrumpió:
—¡¡¡No, no, no puedo pensar y concentrarme en malas noticias, me hace peor!!! ¡¡¡Ya estoy en la esquina, Dios Santo, ¡¡¡gracias!!!
Mabel no sabía qué decirle. En sus 30 años de casados, jamás lo había visto tan sacado como ahora.
Roberto entró el auto como si estuviese en el rally, se bajó, dejó la puerta abierta y las llaves puestas. La casa lo esperaba abierta. Entró caminando como pingüino en carrera de Olimpiadas, hizo dos pasos y quedó inmóvil. Miró a Mabel con cara de vergüenza y frustración, las manos puestas en la cola como intentando contener algo incontenible. Mabel, que veía todo el espectáculo como si estuviese en un palco, se acercó y lo abrazó como si fuese un niño. Es que, en ese momento, Roberto se había convertido en un niño.
—No pasa nada mi amor. Cuanto más cerca de casa, más son las ganas.
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