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Los yuyos estaban altos, tan altos que ya no había sendero que se pudiera seguir, había que asumirlo, estaban perdidos. En lo que quedaba de esperanza, ella la miró fijamente a los ojos y le dijo: “Fili, guianos”, y ella como si entendiera a donde tenía que ir, empezó a abrir camino. Sabían que ese día tenían que encontrar ese lugar donde los árboles formaban un coliseo natural con entrada al sur y salida en el norte.
Con la mirada baja y confiando en su nueva amiga perruna empezaron a andar, y de repente los yuyos desaparecieron y los recibió una vaca que descansaba en la “puerta de la entrada sur”.
Empezaron a caminar por un sendero estrecho, dando la sensación de un embudo que al querer pasar al otro lado solo había espacio para ir de a uno. Él era su segunda vez en aquel sitio, ella su primero, y de los dos, el último.
María empezó a notar que sus pasos se volvían lentos, que el aire cada vez era más escaso y se tuvo que agachar para intentar recobrar el aliento. Más allá de todo lo incomodo, no dejó de mover los pies, uno frente al otro, despacio, uno frente al otro y sin pensar en lo que estaba sucediendo de repente se encontró en el medio del coliseo.
Al llegar al centro del lugar se agachó mirando el cielo, aún costaba respirar. Sabía que era algo extraño, sabía que había otras cosas pasando ahí pero su lógica y razón no lograban encontrarle sentido. Se quedó un momento, en estado de transe meditacional. Pablo había logrado llegar a la orilla, se sentó en el pasto debajo de uno de los árboles y entró en su propio mundo. Ambos compartían espacio y tiempo, pero cada uno estaba viviendo una realidad única.
Al pasar los minutos, que se sintieron vidas eternas, María logró incorporarse y con una de las sensaciones más extrañas que ha vivido en su vida, recuperó el aire. “Un pie y después el otro”, eran las órdenes que le daba el cerebro a su cuerpo, como si a los 36 años estuviese aprendiendo a caminar. Logró llegar a donde él estaba y sin preámbulo y con un sentimiento de querer abrazarlo y no soltarlo más, le dijo: “veo mujeres bailando en el medio, como si estuviesen en un ritual. Siento mucha tristeza Pablo, tanta que no puedo respirar. El pecho me oprime y no tengo fuerzas para sostenerme”.
Silencio
“Yo siento mucha energía femenina. Este lugar lo busqué miles de veces y nunca jamás había logrado encontrarlo. Siento que tenía que entrar aquí con vos, no había otra opción. Y hoy, lo encontramos juntos”.
Los dos se quedaron en silencio, ella, amante de lo esotérico, seguía viendo y sintiendo cosas que su razón no entendía. Él, ingeniero y fiel a los procesos y números, intentaba no pensar porque su lógica y su estructura implosionaban en el intento.
Pasaron horas que parecieron minutos, Fili recorría el lugar, pero siempre volvía a donde estaban ellos y se sentaba protegiendo sus espaldas.
Cuando decidieron partir, empezaron la marcha lentamente y en un silencio absoluto. Caminaron con certeza al otro lado del coliseo, “por la puerta norte” le dijo segura. Al empezar a salir, ambos se pararon a contemplar de nuevo aquel centro, aquel lugar. Pablo empezó a eructar, bostezar. “Estas limpiando” le dijo ella, muy segura de lo que le sucedía. María empezó a sentirse rara de nuevo, se volvió a inclinar por la falta de aire, intentó incorporarse un poco, “Pablo, me siento muy angus…” y largo en llanto al verlo a él.
Cuando ambos lograron reponerse siguieron camino. Volvieron en absoluto silencio a sus vehículos. No había charla, no había mirada, no había el intentar saber que había pasado.
Al pasar las horas ella lo llamo, y sin introducción alguna le dijo: “siento que en ese lugar murió alguien que yo quería mucho, un hijo. Siento que lo quemaron, que yo no quería que vaya a ese lugar donde le causó la muerte. Siento la angustia de haber perdido al ser que más amaba en mi vida, y estoy segura que era mi hijo porque me duele el vientre, los ovarios.”
“Yo me siento raro, siento la piel rara, me estoy por entrar a bañar y siento como si estuviese haciendo un ritual, cortando el pelo y afeitándome. Cuando estábamos en el lugar sentía como si vos me estuvieses untando cosas en el cuerpo, cerrando los ojos”.
“Cerrando los ojos…”
Pablo, mi hijo eras vos”.
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